Danzas románticas

La obra de Guillem Mont de Palol supone una introspección sobre el amor romántico, comprendido como un ejercicio entre lo sagrado y lo lúdico. Al decir esto, podría acabar mi comentario, puesto que esta descripción encierra mucho de su contenido, pero me interesa aportar un enfoque.

El amor romántico en las sociedades occidentales está en deconstrucción: “demasiado sufrimiento por un ideal”. No obstante, cabe preguntarse si algo se puede salvar de ese amor romántico.

Guillem, en un aproximación casi “mística”, se aventura en un amor sin significado, es decir, no intenta darnos razones de su deconstrucción, sino que se introduce en ese amor. La delicadeza de esa propuesta requiere una sensibilidad especial, porque al sufrimiento ajeno solo se llega por la compasión. De este modo, se nos invita a padecer (con), en esa danza expandida en la que nos vemos inmersos.

Por lo tanto, querer descifrar por nuestra parte qué nos quiere decir a nivel racional sería casi una ofensa, como en la mitología clásica “Eros” no permite ser visto por “Psique”. Entonces, ¿por qué esta crítica? A veces, el comentario de una obra puede formar parte de ese misterio, compadecerse, y dialogar con la obra, aunque eso pueda ser muy osado por mi parte.

La idea, pues, es dejarme herir por el amor romántico que se invoca y no decir nada. Entonces, se contempla un nuevo resurgir, que al final de la obra se dibuja en una íntima comunión en la danza colectiva, donde la tristeza se transforma en una alegría serena.

Quizás eso es lo más que se puede decir: el testimonio de una danza serena que supera el romanticismo idealista, pero que guarda un cierto secreto romántico: “el amor, cuando es verdadero, nos sana”.

Así, Psique se retira de la luz del día, y se nos invita a escuchar la noche, pero no una noche eterna, sino con la esperanza de la aurora: ¿puede ser esto un neo-romanticismo? ¿Podremos volver a creer en el amor?